viernes, 19 de enero de 2018

La apología de la muerte

-César Canela, Mag-


“Nadie escapa de la muerte 
aunque pase su existencia 
sin pensar en ella” 
-Pepe Rodríguez 
(Libro: Morir es nada)


Cementerio de Caracol en Bonao, República Dominica.
Foto tomanda por Jc Taveras
Lo desconocido tiende a producir en el ser humano una ansiedad irreconciliable con la realidad, aunque también despierta el interés de investigación en algunas personas. Dentro del marco de lo desconocido o poco explorado podemos enmarcar a la muerte. Ella produce en la mayoría de las personas una incomodidad inexplicable. No es una tarea fácil para el hombre y la mujer encontrarse con la realidad de que sus días están contados y que todo lo que ha trabajado puede terminar en un abrir y cerrar de ojos. Ni los vínculos del amor soportan la realidad de la muerte, el texto matrimonial reza: hasta que la muerte los separe. Nada se resiste a la muerte, ella es el destino de todos los seres del universo.

Aún en estas situaciones este artículo pretende ser una apología de la muerte, cosa que muchos han querido y que pocos se han atrevido. Dentro del espíritu filosófico se pretende únicamente ser un aporte más para que el ser humano aprenda a encarar con valentía los acontecimientos obligatorios y necesarios de la existencia. Es bueno dejar claro que este artículo se refiere a la muerte como cesación de la vida.

Con mucha frecuencia la gente tiende a huir del tema de la muerte porque temen encarar el grave significado que tiene la temporalidad de la vida. Han puesto a la muerte en el peor de los niveles. Humanamente hablando es normal que a todos afecte la muerte propia, pero no tanto como afecta la muerte de una persona amada y que ha marcado positivamente la vida personal. Nadie puede evitar que la muerte afecte sus sentimientos, lo que sí se puede modificar es la percepción que se tiene de ésta, lo que se puede lograr es tener una comprensión más realista de ésta, para recibirla con ciertos niveles de objetividad que pueden dar tranquilidad a la vida propia.

Como no se puede evitar la muerte -qué bueno que así sea- es importante que se haga una justa defensa de ésta para darle el valor que ella tiene en la existencia de todos los seres, especialmente en la vida del ser humano. Hay que iniciar con la superación de los innumerables prejuicios que tenemos, empecemos a ver la muerte como el destino natural; no es fácil hacerlo pero el ejercicio mental y filosófico puede ayudar a iniciar ésta difícil tarea. La falta de reflexión sobre la muerte es desconcertante porque produce impaciencia, miedo y ansiedad.

Alejarse de la reflexión sobre la muerte es una deshumanización, es una ilusión, es huir del destino necesario. En los últimos años las personas viven vacías de plenitud vital porque tienen a la muerte como algo lejano. La lejanía de la muerte les lleva a hacer todas las cosas sin detenerse a reflexionar sobre la importancia de la vida. Un ejemplo del justo valor de la muerte en la vida es que cuando una persona se entera que le quedan pocos años de vida o cuando está gravemente enferma empieza a reflexionar sobre lo que ha hecho y sobre sus omisiones. Una forma de canalizar la necesidad de reflexión es el acercamiento a la religión o a la filosofía para aprovechar los pocos días que quedan de vida. La muerte es la necesidad por la que muchos inician su tarea filosófica.

Entrada del Cementario de Caracol en Bonao, Rep. Dominicana
Foto tomanda por Jc Taveras
La muerte es lo que le da sentido y plenitud a la vida. Una vida sin muerte sería un eterno sufrimiento porque la vida se convierte en proceso monótono y sin fin. En este mundo en el que vivimos la vida sin muerte sería la materialización de la condena que los dioses de la mitología griega hicieron Sísifo, es decir, cargar un peñasco para siempre, hacer las mismas eternamente. Esta vida sin fin a la que muchos aspiran en el mundo sin detenerse a reflexionar, sería una contradicción biológica porque la evolución necesita de la muerte para perfeccionarse en el tiempo. En otras palabras: “si no existiese la muerte, la vida se resolvería en un terrible hastío; todo resultaría indiferente, porque todo sería arbitrario, recuperable y diferible ad infinitum*”[1]

Dijo una vez Walter A. Kaufmann, filósofo germano-americano: “se vive más acertadamente cuando se ha fijado una cita con la muerte.”[2] Aunque estas palabras expresan una verdad ineludible podrían resultar algo difíciles de asimilar para algunas personas. Es bueno aclarar que reflexionar sobre la muerte no es despreciar la vida; al contrario es darle a la vida justo sentido desde una perspectiva integral. Aceptar la muerte no significa hacerse indiferente al dolor, sino que impulsa a una libre comprensión de la importancia y la necesidad de este acontecimiento con mayor madurez emocional e intelectual.

La reflexión sobre este concepto lleva al ser humano a replantear sus hábitos, también le lleva a organizar su forma de vivir, a potencializar el tiempo porque se llega a la sana compresión de que el tiempo es limitado para lograr las metas que se sienten programadas. El hombre y la mujer deben vivir plenamente, esperando pacientemente y sin reservas este justo destino de la existencia: la muerte.

En definitiva, valoremos y vivamos a plenitud cada segundo de nuestra vida, sin desperdiciar ningún minuto en el ejercicio de la bondad. Tampoco perdamos de vista que somos seres temporales y que algún día nuestra vida conocerá su fin. Miremos la muerte no como algo caótico, sino como un punto de referencia para valorar con más intensidad cada minuto que nos toque en el camino de la vida. Se deja abierta la reflexión con la siguiente interrogante: ¿Por qué aferrarse a educar en el temor de la muerte si este es el destino necesario y obligatorio de todo ser viviente?

Un fuerte abrazo, hasta la próxima.
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Referencias.
*Ad infinitum: expresión latina que suele significa “hasta el infinito”. Suele referirse a cosas que deben hacerse repetitivamente sin reflexionar y sin fin.
[1] El Problema de la muerte. Recuperado 15 de enero de 2018. http://www.mercaba.org/FICHAS/ESCATO/652-12.htm
[2] Ibidem.